Desde el aeropuerto de Beijing todo parecía “normal”: gente a la espera de sus maletas, otros comprando en el Duty Free, otros en busca de sus siguientes vuelos… De repente, me despierto. La voz de la azafata suena por la megafonía del avión avisándonos que acabábamos de aterrizar en la ciudad de Hangzhou, el final del trayecto.
Hasta ahí, todo seguía su curso. Descendemos del avión, donde en tierra nos esperaba un autocar para acercarnos al edificio del aeropuerto, pasamos por la cinta para recoger nuestras maletas y… ¡por fin!, encuentro a la gente que me esperaba para llevarme a la siguiente ciudad… Yiwu, mi destino final.
Nos avisan para coger el autobús que nos conducía a ella, metemos las maletas junto con bolsas de patatas y otros productos que traía la gente de los pueblos para venderlas en la ciudad. Comienza la aventura.
Te das cuenta que ya has pasado la barrera que separa China del resto del mundo cuando vas por la autovía y el mismo autobús circula por donde quiere. Aquí predomina la ley del más fuerte. Basta con darle al claxon un par de veces para avisar que pasarás sí o sí, sin importar a quien te lleves por delante. ¡Las señales de tráfico! son sólo meros adornos.
Tu lógica empieza a diverger de todo lo que habías conocido hasta entonces: coches de lujo comparten carriles inexistentes con motocicletas, con una capacidad dudosa para llevar incluso hasta 5 viajeros, carros de 3 ruedas oxidados que llevan toda clase de productos evitando la visibilidad de cualquier conductor, peatones en busca de adrenalina intentando cruzar las intersecciones de la ciudad, gente cruzando con carretillas llenas de toda clase de comida desde frutas, barbacoas, hasta sopas… Señales como “Respeta la cola” o “No fumar”, son sólo para recordar que las leyes están para incumplirlas y que nadie hará nada al respecto. Sin embargo, todo eso, aunque nos parezca caótico, sigue unas normas que sólo los propios chinos comprenden.
Algunos lo tomarán como una visión pesimista o negativa, pero lo que me da a entender es que es una cultura que tiene su propio sistema totalmente diferente del resto del mundo. Requiere tiempo y esfuerzo para poder entenderlos y aprender de ellos. Intentar llegar a comprender “su” funcionamiento no sólo se debe basar desde nuestro punto de vista occidental, sino de intentar sumergirse en su propia realidad. Aquí la simplicidad y lo barroco andan de la mano, al igual que la paz y el estrés, lo tradicional y lo moderno… Un sinfín de contradicciones que hacen que China sea algo especial.
China “es” una realidad aparte, una cultura bastante peculiar en todas sus manifestaciones convirtiéndola en encantadora y, a la vez, fascinante. China es, en resumen, la esencia del orden y el caos en uno.