Desde el año 1979 la República Popular de China aprobó una controvertida ley que impedía a su población tener más de un hijo. Esta ley, conocida como la política del hijo único, ha sido una de las más conocidas y estudiadas en todo el mundo, pues era la primera vez que un país se atrevía a hacer algo así con el grueso de su población.
No hace falta recordar la polémica que se desató durante las décadas siguientes en torno a esta ley, a pesar de que muchos grupos humanos, como las minorías étnicas chinas, estaban excluidos de la misma.
Sea como fuere lo cierto es que China ha decidido abandonar la política del hijo único en el año 2015. Las preguntas inmediatas son obvias. ¿Por qué China adopta una nueva política que permite a sus ciudadanos tener un segundo hijo y por qué lo hace ahora? ¿Qué repercusiones sociales y económicas tendrá este hecho?
En primer lugar parece claro que la motivación del gobierno chino para abrogar esta ley es el tremendo problema del envejecimiento de su población. China se enfrenta al desafío de una población envejecida, que empieza a ser tan numerosa que pone en riesgo el futuro de las pensiones en el país. Este efecto es bien conocido en todo occidente, pero en China se da con el agravante de que no se ha producido por el simple enriquecimiento de la población. Dicho en otras palabras, China será el primer país en ser viejo antes que rico. Su transición demográfica ha venido obligada y no como un libre juicio de las familias entre costos y beneficios de tener un segundo hijo.
Por otro lado la población en edad de trabajar (normalmente se considera para esta categoría a la población entre 15 y 59 años) está disminuyendo, por primera vez en la historia china, en los últimos años. Si tenemos menos trabajadores, y más jubilados, indudablemente nos acercamos a un futuro muy preocupante, en el que están en riesgo muchos servicios públicos y la propia viabilidad del sistema.
¿Qué debe esperar por tanto la economía de este cambio de política? En principio lo que parece claro es que a más población más consumo y más producción, por tanto un cambio en la política del hijo único debería conllevar un aumento de la economía china, sobre todo la ligada al gasto y al consumo. No es menos cierto que, sin embargo, la sociedad china no parece dispuesta a lanzarse descabelladamente a tener hijos, y de hecho el número de familias que han tenido un segundo hijo es bastante menor al esperado por los gobernantes chinos. ¿A qué puede deberse esto? Sin duda los factores son múltiples, como lo son en Occidente, y quedan referidos sobre todo a la dificultad económica de criar un segundo hijo para muchas familias chinas, así como el tiempo disponible en una sociedad tan competitiva como la contemporánea.
Por todo esto si bien la anulación de la política del hijo único es algo importante, no parece que el efecto inmediato sobre la economía vaya a ser realmente revolucionario, aunque puede ser un estímulo importante de cara a medio-largo plazo.
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