Desde el fin de la guerra fría Estados Unidos no ha tenido rival a nivel militar. El inevitable ascenso de China posicionada como alternativa al poderío económico americano, no ha sido logrado a base de intervenciones militares, guerras estratégicas o tecnología militar. China ha avanzado con relativa discreción en el plano económico e, incomprensiblemente, sus números no empezaron a inquietar hasta la última década; más por mérito propio de occidente (crisis económica mundial) que por méritos chinos, que seguían avanzando con una hoja de ruta clara y congruente.
Con la cuarta revolución industrial mirándonos a los ojos, algunos paradigmas están cambiando y la geo-estrategia cambian con ellos.
La salida de Google de China en el año 2010 mostró que el poder empresarial, ni siquiera el de las empresas más importantes del planeta, no puede confrontar una estrategia política.
Desde entonces, Gmail, Facebook, Twitter, Youtube, Whatsapp y un largo etc.
La versión oficial es que no cumplen con las normativas, la oficiosa es que se beneficia a empresas locales chinas que de otra manera no hubieran podido competir y la oculta es que estas empresas “comparten” datos cuando el gobierno los necesita. No es necesario explicar entonces, por qué algunas empresas sí son bienvenidas (hola, LinkedIn!).
Pero la cosa sigue. El día que Beijing decidió que era demasiado arriesgado gobernar China tecleando intenciones y confidencias sobre un sistema operativo Windows, escalamos a un nuevo escenario.
Las sanciones a las multinacionales chinas ZTE y Huawei van más allá de la problemática de venderle o no venderle a Irán o Corea del Norte, versión oficial americana. Mientras se busca un “casus belli” creíble, la administración Trump prohibe utilizar dispositivos chinos en bases militares y organismos sensibles y limita la venta de semiconductores a un gigante que se ahoga sin silicio.
Si ningún ejercito se arriesgaría a presentarse en el campo de batalla con armamento preparado por su enemigo, en la era de la información donde los secretos de estado, el big data sobre tu propia población o el control armamentístico se realiza a través de sistemas informáticos, parece inevitable esta escalada autárquica que deja en anécdota la guerra tarifaria con la que nos distraemos.