La globalización es ese fenómeno que apenas entendemos y, para algunos, que rara vez nos afecta si nos negamos a él con firmeza. Para otros es algo casi meteorológico, una suerte de tormenta inevitable que debe soportar estoicamente, cuyo principal objetivo es amargarle la tarde, la semana y, si se lo permite, la existencia.
Con estos mimbres no parece que podamos hacer nada más que este cesto. Sin embargo, este dado tiene más caras y sería conveniente abordar otros puntos de vista.
Escribiendo estas líneas desde un pueblo remoto de la China interior a pocos metros de mí, un granjero chino, pobre dirán, soporta el intenso sol con una gorra blanca con el escudo bordado de un famoso club de fútbol de España. Cuando caiga el sol, volverá a casa en su humilde auto, marca japonesa; su odiado Japón. Un niño del lugar se acerca a mí y me inspecciona. “hello”, “hello”, repite. Pero el imperio británico jamás se acercó a menos de 1500 kilómetros de donde me encuentro. Su madre me pide que lo sujete en brazos para hacerme una foto desde su smartphone marca Californiana.
Cuando pensamos en la globalización, imaginamos siempre a ese occidental, consumiendo todo tipo de productos extranjeros. Independientemente de que nos parezca mejor o peor, estamos quedándonos sólo con la mitad del trato. La otra mitad, muchas veces la ignoramos. La otra mitad, no es el niño africano desnutrido que apenas tiene opciones de supervivencia; Ese niño es el que no se globalizó. Desde este precioso valle en la región de Sichuan, en el centro de China les puedo decir que China está globalizada y esa es la principal razón por la que pasó de la miseria más absoluta a ser el principal productor industrial del planeta y también el mayor mercado del mundo. La globalización, el comercio mundial, sólo te empobrece cuando te excluye.
Resulta difícil hablar en Uruguay de globalización. En este rincón privilegiado de América, las oleadas de migraciones han globalizado su ADN. Entender como este pueblo sale adelante entre dos gigantes como Brasil y Argentina es digno de estudio. En un viaje de 17 horas en auto-bus por Kazakhstan tuve la mala suerte de compartir fila de tres, ocupando yo el asiento central, con dos señores rusos con sobrepeso. Sus codos prácticamente se tocaban entre sí mientras yo trataba de respirar. 17 horas interminables que finalmente terminaron. Uruguay vive esta presión todos los días y es capaz de hacerlo con una sonrisa y disfrutando del trayecto.
Pero el mundo no para, la economía de escala gana combates por KO, los pactos trasnacionales se multiplican y las copas del mundo son más inaccesibles con los jueces en contra. Analizar las oportunidades desde una mente global nos permite aumentar la perspectiva y tomar decisiones más eficientemente.
Los pobres que dejaron de ser pobres compiten y esto debería alegrarnos. Podemos verlo como una amenaza o como una oportunidad. Hay más competidores o hay más mercado? Las fábricas ajenas debilitan mi industria o permiten que los míos disfruten de más y mejores productos y calidad de vida?
Es fantástico ver carne uruguaya en China, pero hace falta más: hace falta usted. Esta no es una tarta para cuatro, es una tarta para todos. Y la invitación es de ida y vuelta, multi-direccional. Importar, exportar, compartir, aprender… En mi último viaje a Uruguay me sorprendió la distancia que les separa de China. No la calculen en kilómetros, sino en oportunidades desaprovechadas.
A un clic de la fábrica del mundo, se me ocurren más argumentos que excusas para dar el salto. Cada vez que me hablan sobre las pocas oportunidades que existen en un mercado tan pequeño como el uruguayo, me viene a la cabeza mis clientes croatas, libaneses, mongoles o chipriotas. Pero además, hablamos de un Hub inigualable en el atlántico sur, con lo que las posibilidades se multiplican si pensamos en la región.
En términos de importación, el mercado uruguayo todavía cuenta con nichos en una gran variedad de sectores (teniendo presente los costes arancelarios). La infinidad de intermediarios que se colocan entre la fábrica original y el producto puesto en la tienda sorprendía en todos y cada uno de los análisis de producto que hicimos durante mi viaje.
En términos de exportación, las oportunidades son aún mayores. El conocimiento, es un producto bien valorado y pagado en China. La tecnología, el diseño, la creatividad, el fútbol. Más allá de la agricultura, que es de por sí una fuente de oportunidades enorme, en Uruguay se respira como normal, cultura por la que se cierran contratos millonarios en China.
Mientras en Europa la batalla por el turismo chino es estrategia nacional para muchos países, en Uruguay apenas se descubre el nicho. La educación y los intercambios de estudiantes, es otra de las minas de las que ya viven países como Canadá, aprovechando el interés del ciudadano medio chino en enviar a sus hijos a estudiar fuera.
Oportunidades innumerables se extienden en infinidad de sectores. Para que los europeos de la época vistieran de seda, los comerciantes venecianos pasaron auténticas odiseas por tierra y mar. Hoy en día, el viaje empieza con una hoja de cálculo. Globalícela.
Adrián Díaz
Director General
www.sedeenchina.com
Revista completa (artículo en pág. 56)
Artículo publicado en la revista Somos Uruguay