La coyuntura global del planeta en la que nos encontramos nos obliga a innovar, a ser mejores. Este cambio global enmascarado de crisis puede llevarnos al error. Y esto ocurre porque innovar no es una decisión temporal, espontánea y repentina que se toma bajo amenaza del futuro incierto; la innovación es el plan de vida de nuestra empresa, la capa de piel que deberíamos haber mudado tantas y tantas veces cuando aún nadie nos hablaba de crisis.
Las empresas y organismos que ahora descubren el valor de la innovación como evolución para sus arcaicos procesos van a sufrir la realidad de la globalización, pues innovar cuesta más si se intenta con menos recursos tanto públicos como privados y se compite contra empresas/países que no sólo tienen más recursos sino que ya contaban con departamentos especializados en innovación desde antes que nosotros incluyéramos esta palabra en la RAE. Todo esto, sin valorar la gran fuga de profesionales que estamos sufriendo, que resta en nuestras posibilidades y suma en la de nuestros vecinos. La ecuación da miedo.
En este escenario, nos queda Darwin y poco más. Los mejores, se adaptarán y el resto desaparecerá. ¿Pero cuántos desaparecerán? Desgraciadamente, entre la mayoría preocupa más si «yo» estaré por encima de la nota de corte que en si soy capaz de liderar un proyecto que lidere y arrastre hacia arriba a unos cuantos más. Es tan duro el suspenso que la mitad de los que pasarían el examen con nota están paralizados por el pavor de imaginarse en el montón malo y no están moviendo ni sus ideas ni sus capitales para revertir la situación.
Es momento de administrar lo que tenemos, los recursos con los que contamos. Tomar decisiones inteligentes siempre ha sido importante, no es una novedad, pero ahora se debe innovar también en ello. Decisiones de bajo coste deben tomarse para cambiar procedimientos, objetivos y, en definitiva, el rumbo de la empresa.
Hemos vivido años de bonanza donde no se ha valorado lo fácil que resultaba decidir entre varias opciones positivas. Época de abundancia.
Ahora, muchas veces debemos decidir entre varias opciones negativas. Es momento de administrar la escasez.
Mientras grandes corporaciones han caído de forma impensable, gobiernos de países del «primer mundo» se desmoronan y grandes bancos hacen fallida, pequeñas empresas se adaptan a los nuevos retos que plantea el mercado. Es esa maniobrabilidad de la pequeña empresa la que la diferencia del resto. Es ahí donde vemos clara la analogía con la edad de hielo que fulminó a especies grandes y poderosas y no pudo con otras que supieron adaptarse.
Pero, ¿Hacia dónde adaptarse? ¿Como innovar? ¿Hacia que color debo mudar mi piel? La sensación es que los objetivos no suelen casar con los medios que invierten para conseguirlos. Se habla de otorgar permiso de residencia a inversores que apenas conocen España, se habla de aumentar el turismo en lugares lejanos cuando apenas presentamos nuestro país allí o de incrementar las exportaciones lanzándonos a una guerra competitiva con armamento de rebajas.
En lo que nosotros podemos aconsejar, la internacionalización de las empresas, es necesario valorar en su justa medida el escenario. Existen opciones reales de exportar con éxito sí, creamos una estrategia clara, delimitamos objetivos, aunamos esfuerzos y contamos con un presupuesto adecuado a la envergadura del proyecto.
Llegar a mercados donde todo el mundo quiere llegar, no es fácil, más aún contando con recursos limitados, pero deberemos ser capaces de gestionar bien esa escasez para poder ser competitivos o la tierra prometida engullirá nuestras últimas esperanzas sin dar solución a nuestro problema de crecimiento.
En algunos lugares va a ser imprescindible un socio local, en otros quizá la implantación plena y el desarrollo del negocio. Lo más importante en un emprendimiento de esta magnitud será contar con la máxima información posible por parte de las personas que nos asesorarán en el proyecto.