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Activistas con contrato temporal

Estos días me he encontrado con un amigo con el que viví en Camboya, un tipo muy ligado al mundo ONG con el que nos pasábamos noches enteras discutiendo sobre lo que pasaba.

Vivimos elecciones polémicas, momentos convulsos, hicimos negocios, exploramos zonas remotas y también pasamos mucha vergüenza viendo lo mejor y lo peor del ser humano en un rinconcito de la tierra que no parece importarle demasiado al mundo.

Y de esa conversación he querido rescatar un tema y es el de la modernización del sureste asiático o en general de Asia (modernización en el sentido de arquitectura de las ciudades, pérdida de ese alma asiática que nos gusta tanto, etc.).

Como sabéis, siempre defiendo que cada país se encuentra en un momento histórico diferente. Algunos están en el medievo, otros expandiendo su religión a toda costa, otros en su revolución industrial, algunos intentan meterse de lleno en el capitalismo, otros salirse porque han descubierto que expropiándoselo todo a los ricos serán ellos ricos, ya me entendéis…

Chinos por el mundo

En mi etapa en Camboya, el país con más ONG’s del mundo (tengo pendiente hablar de este movimiento macabro del que vive mucho niño rico) me encontré una buena dosis de racismo anti-chino. Que ahora está muy de moda en el mundo occidental pero se vive a menudo aquí en el sureste asiático.

Extranjeros que odiaban, insultaban, agredían —lo que os imaginéis—  a los chinos del lugar. Los locales también, aunque estos son/eran menos explícitos.

Tengo que decir que los chinos que llegan a Camboya tienen modales muy diferentes a los nuestros. Escupen, chillan, ensucian, no respetan las colas, comen en el ascensor, mil defectos. En ese sentido, como siempre digo, casi cualquier país de Asia se parece más a nosotros que a los chinos, por eso siempre sonrío cuando un empresario me dice que venderá fácilmente sus productos en China porque ya vende en Vietnam o en Filipinas; nada que ver.

Los chinos que encontramos en Camboya no son sólo empresarios altivos, son también comunidades enteras traídas de diferentes provincias de China que dan servicio a los miles y miles de trabajadores que llegan para construir edificios, etc. No me quiero extender pero los chinos crean comunidades gigantes y sea cual sea el objetivo (un hotel, un casino, un edificio de apartamentos o una fábrica), se generan miles de puestos de trabajo indirectos para los que llegan otros colonos a veces organizados por el constructor, a veces no.

Con esto quiero decir que cuando alguien agrede verbalmente (o físicamente) a un chino, no siempre es un empresario (si es que a los empresarios sí es justo escupirlos, que a veces parece ser la tesis), habitualmente es un trabajador que viene a trabajar de sol a sol para poder enviarle dinero a su familia y este buen hombre no entiende de política, de física cuántica, ni de imperialismo. Y en ocasiones —y este es el caso— no habla inglés… Con lo que os podéis imaginar cómo es su vida en Camboya.

Exigencias

Pero el tema no era éste. El tema son los miles y miles de turistas occidentales a los que no les gusta que se pierdan las raíces propias de Asia. Son tipos nacidos en tierra de Aztecas que rinden culto a un Dios judío, serbios que celebran Halloween, austríacos que idolatran a Lebron James o nigerianos a los que les encantan los McDonald’s. Pero es llegar a Asia, se transforman y sólo quieren ver pagodas, mercados con cucarachas y tipos vestidos de monjes; todo lo demás es capitalismo salvaje.

Algo parecido pasaba con los hutongs de Beijing. Hay una serie de extranjeros que pasaron un fin de semana en Beijing hace un siglo y medio y desde entonces llevan reivindicando que no se destruyan porque se llenará de edificios terribles y perderá su encanto.

A mí personalmente, me encantaría desalojar Grecia y mandarlos a todos a Siberia o algún otro lugar donde haya sitio para aparcar, porque a lo mejor no se han dado cuenta pero están pisoteando todos los días restos arqueológicos de incalculable valor; para mí, claro, que no vivo allí. Cuando estuve en Atenas yo exploraba en el mapa un lugar que decía “aquí se reunían los aristoi” y yo miraba delante y lo que veía era un Carrefour. Y pensaba «qué vergüenza que hayan destrozado así el lugar; que tiren abajo todo esto», porque comprar comida barata para mí no era una prioridad.

Y de la misma manera, yo era de los que tras mis primeros días en los hutongs pasaba mucha pena viendo las excavadoras. Luego veías cómo vivían y pensabas… «Mis inquietudes son razonables, las suyas innegociables».

Toda esa gente a la que se le expropian esos terrenos, en realidad los vuelven millonarios, se lo cambian por varios apartamentos en un lugar donde precio del metro cuadrado duplica o triplica o cuadriplica al del barrio de Salamanca.

Ya, pero es que no todo es dinero. Ya, para mí no, pero me gustaría escuchar su opinión.

El caso de Sihanoukville

Y aquí llegamos a un nuevo tema de conversación. Y es que los camboyanos en Sihanoukville también odian a los chinos.

Pregúntale a los lugareños que opinan… Sihanoukville, que para los que no lo sepáis, es una ciudad costera. De hecho es el puerto de Camboya, un lugar precioso que los chinos han convertido en un nuevo Macao (es decir, casinos, sexo y todo lo que conlleva el mundo de la noche en un territorio sin ley). Y sí, cuando preguntas a los lugareños, da la sensación de que el odio contra los chinos es generalizado.

Pero, para llevarnos una imagen completa profundizando un pelín más,—no quedándonos en la superficie— de repente te vas encontrando que la mayoría de los camboyanos a los que le estás preguntando son inmigrantes o hijos de inmigrantes. Pocos son nietos de ciudadanos de Sihanoukville.

Es decir, es gente que ha llegado allí hace pocos años o sus padres llegaron allí de otras provincias precisamente porque había trabajo. Y con mentalidad capitalista —corrupta, por supuesto— se me ocurre preguntar:

—Bueno y éste casino, el terreno de donde emerge, ¿de quién era?

—De un tipo que ahora vive en Canadá.

—Ahh bien. Y esa tienda de chinos que vende dumplings, ¿Quién es el dueño?

—Un camboyano que vive en Francia.

—Ahh, pues…

Vas haciendo preguntas así y dices: quizá aquí hay algo de sesgo de supervivencia, ¿no?

Sesgo de supervivencia en el caso de Camboya

El sesgo de supervivencia o sesgo del superviviente —para los que no lo sepáis— es una falacia que se basa en sacar estadísticas únicamente del grupo que ha pasado una prueba concreta en lugar de sacarlas del total, sesgando totalmente nuestra percepción. Resumiéndolo mucho, cuando se intentaban mejorar los aviones que se enfrentaban a los nazis durante la WWII, los aliados (los británicos) se centraban en fortalecer los puntos que veían que recibían más balazos, principalmente las alas del avión. Un matemático se dio cuenta del error. Podían ver esos agujeros de bala porque los aviones volvían.

Un deducción demasiado simplista no les permitía entender que de lo que se tenían que preocupar es de los que no volvían. Justamente, los que recibían impactos en los motores jamás volvían por lo que las únicas muestras con la que sacaban su estadística eran aviones repletos de balazos en sus alas que no habían recibido ningún impacto en los motores.

No tenían que reforzar los lugares donde se podían observar los impactos sino los lugares que a simple vista parecían inexpugnables porque esos eran los que eliminaban a su aviación. A esto se le llamó el sesgo de supervivencia porque sólo estás analizando a los que sobreviven, no a todos.

Volviendo a Camboya, intentar entender hoy Sinahoukville preguntando a los lugareños de hoy, es como entrar a ver una obra de teatro es en la segunda mitad del tercer acto.

Pero bueno, cuando los integristas islámicos vuelvan a ser el enemigo y la prensa internacional se canse de los uigures, Sihanoukville es el sitio ideal para seguirle pegando a los chinos con todo.

Lo dejo como consejo porque a los corresponsales internacionales en China los veo algo faltos de ideas.

Preocupaciones sólo cuando interesa

Por acabar con lo del sesgo de supervivencia. Siempre digo que más allá del componente medioambiental, que a los camboyanos les preocupa tan poco como a los chinos, a nivel negocios, sólo estamos preguntando a los que han perdido con el cambio, no a los que han ganado. Porque los que han ganado no están allí para contártelo.

De hecho, todos han ganado, aunque algunos más que otros… Y la envidia del ser humano hace el resto.

Quien vendió sus tierras ganó, quien no las vendió ganó porque ahora se han revalorizado brutalmente, los sueldos no han dejado de crecer… las oportunidades de negocio y la cantidad de empleos que se han creado era inimaginable hace 20 años. Todo ello, sí, destrozando un lugar mágico donde los niños crecían en taparrabos.

Si quieres seguir viendo eso cómprate un documental. Esos niños tienen derecho a tener un smartphone y a conducir una moto super-contaminante.

¿Qué a los camboyanos sí les interesa el medio ambiente? Por supuesto, se lleva haciendo una campaña en los últimos años donde de repente todo el mundo es ecologista, porque así consiguen compensaciones de los chinos, llegan más ONG’s, más dinero de la ONU, etc.. Vete al interior, donde no hay chinos y diles qué opinan de la contaminación de la fábrica norteamericana donde trabajan, verás lo que les preocupa la contaminación.

Pídele a un adolescente de Phnom Penh que se compre una moto eléctrica, que tanta moto de gasolina contamina mucho y por apenas un 50% más de precio tiene una ecológica; verás donde coloca tu sugerencia.

Como decía, todo el mundo es ecologista en las zonas donde han llegado los chinos. Principalmente, los que vendieron demasiado pronto o los que ven como su vecino vendió y se volvió millonario y ellos «sólo» han multiplicado por 5 su sueldo de hace 15 años.

No defiendo el imperialismo chino, no me gusta ningún tipo de imperialismo, ni siquiera el que se hace a base de comercio e intercambios voluntarios aunque me parezca infinitamente más saludable que el que hace EEUU a base de guerras, promoviendo golpes de estado o armando a grupos terroristas amigos… Pero he vivido en primera persona negociaciones que me han repugnado.

En estas latitudes basta con conocer a la persona adecuada del gobierno local de turno o que la familiar real avale tu proyecto y ya tienes la firma que necesitabas para explotar bosques o islas que deberían estar en manos de los camboyanos.

Como os decía, he participado en algunas negociaciones como asesor, se de lo que hablo. Concretamente la venta de una región entera con aldeas dentro.

Creo en la privatización total de las tierras para que pertenezca, sí, al pueblo y que para deforestar una región como la que os contaba que viví, tengas que negociar uno a uno con 150.000 campesinos; así se evita la deforestación. Tal como sucede ahora, sobornando a un sólo funcionario que tiene en su mano la gestión de lo público (ondeando la bandera del bien común) juegas con la vida de la gente como si fueran simples hormigas.

Cuidado con lo «público» porque nos lo han explicado mal… Y los que tengáis un poquito de experiencia profesional en países donde la vida no se rige por valores escandinavos seguro que entendéis de lo que hablo.

Jugando con las reglas existentes

¿Está mal entonces lo que hacen los chinos? Los chinos vienen y juegan con las reglas locales. Igual que hacen en España.

«Es que en España vienen y compran terrenos, pero en China no podemos ir y comprar. Y vienen y compran bancos pero nosotros no podríamos comprar bancos chinos.» Bueno, vienen y cumplen con tus normas… Si no te gustan tus normas cámbialas.

Ellos juegan a lo que les dejas que jueguen. Y en su país nosotros jugamos a lo que nos dejan que juguemos. Y en Camboya hacen lo mismo. De hecho, antes de que llegaran los chinos había otras potencias beneficiándose de las materias primas, construyendo resorts en primera línea de mar, etc. No es que fuera un territorio virgen al que han llegado los chinos para devastarlo.

China llega como nuevo aspirante a hegemón mundial a hacer lo que hacían los anteriores. A mí me sorprende mucho que los mejores terrenos de Bali estén en manos de australianos y no de indonesios… Pero de nuevo, si he entrado en el cine con la película empezada… Quizá debería estudiarme un poco el tema antes de empezar a preparar mis cañones.

El problema es que en lugares como Camboya, la gran mayoría de extranjeros que te encuentras son, más allá de turistas, sexpats, pederastas, prófugos, homeless con paguita y diplomáticos.

Descontando todo este bestiario, lo que queda son viajeros, voluntarios de ONG’s, gente que viene a arreglar el mundo con muy buenas intenciones y 0 conocimiento económico. Muy buenas intenciones, temporales, porque después se irán. Vivirán su experiencia, lavarán su espíritu, le pasarán un agua a su sentimiento de culpa capitalista y, ¡hala! para casa, que la vida hippie estaba muy bien como año sabático pero ahora en mi vida es lunes y tengo que empezar a pensar en mi porvenir.

Y (paréntesis), si todo esta tribu viniera aquí a vivir la vida y a gastar sin pretender evangelizar a los nativos, sin molestar y sobre todo, sin restar, nada que decir. Pero es que te encuentras mucho guiri quitándole el trabajo a los locales… Dices, bueno si vienen ingenieros a limpiar los ríos aportan…, pero llevamos una década yendo allí a hacer de camareros, de guías o cosas increíbles.

Hace unos años encontré en Koh Rong (uno de mis retiros favoritos), a un tipo de estos que se pone en la arena delante de los restaurantes a echarse fuego en la boca y dar vueltas haciendo acrobacias y malabarismos. Pues el tipo era extranjero. Siempre lo habían hecho locales pero los extranjeros vienen con tecnologías nuevas, instrumental espectacular, entrenan de otra manera… En fin, que han ido desplazando a los locales en trabajos que a mi juicio… No hacía ninguna falta.

En esa isla te encuentras hippies por el paseo vendiendo bisutería hecha a mano, camareros que trabajan sin sueldo a cambio de comida y alojamiento… Yo hablaba con los dueños de los locales y te decían, «es que me sale más barato contratar extranjeros que locales…«

En fin, es el mercado, amigos. Lo respeto, habrá quien juzgue que a lo que me dedico yo es deleznable así que nada que decir. Yo me dedico a observar y a relatarlo.

Cuando veía a extranjeros —principalmente europeos— pidiendo en la calle en Bangkok, en Hong Kong o en Kuala Lumpur, con un cartelito que dice: “ayúdame a seguir viajando”, antes me enfadaba, ahora pienso: “bueno, si lo siguen haciendo es porque consiguen donaciones y si hay aportaciones voluntarias ¿Quién soy yo para juzgar si está bien o mal?

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Cuando hablo de evangelizar a los nativos, en ocasiones paso muy rápido por encima y alguien debe decir: “fíjate, los llama nativos, ¡qué horror!”.

No intenta ser ofensivo con los lugareños, obviamente. Lo menciono como autocrítica en referencia a una parte de nuestra historia de la que curiosamente, lejos de avergonzarnos, la tomamos como bandera, demostración de nuestra fuerza en tiempos supuestamente mejores.

El tema es que a día de hoy seguimos evangelizando. Venimos aquí a decirles que lo hacen mal, que «uy, tres en una moto, ¡fatal!”, «y ese tipo que se sube a la palmera a bajarme un coco fresco… «pufff si lo ve el de riesgos de mi empresa lo empapela…» «¿Y los andamios esos de bambú, ¿qué?”, “Y, «¿Cómo puede alimentar así a su hijo?, claramente hay un déficit calórico aquí, maldita irresponsable». Y se prostituye por la noche para darle de comer a su hijo… Claro, optan por la vida fácil». «Y los elefantes… Mira cómo los usan para ganar dinero, si es que no tienen sentimientos, deberían estar libres…”, “Y como pueden trabajar así para Inditex, por qué no se sindicalizan y acaban con esta opresión, ¡si se venden por un sueldo de mierda!”. Así todo el día.

Adoctrinando por el mundo

Los derechos laborales, medioambientales, incluso éticos, son la religión con la que evangelizamos en el S.XXI. Ese conocimiento excelso al que hemos llegado antes que los demás, que nos pone en cabeza y que tenemos la imperiosa necesidad de implantar en sus cabezas para salvarlos. Y no digo que parte de ello no sea correcto, lo que pongo en duda es nuestra capacidad para llegar a una casa ajena, como invitados, a cambiar sus creencias y hábitos. Además, sin ofrecerles ninguna solución alternativa. Es simplemente: “no podéis hacer esto”.

Me da la sensación que como el padre fracasado que intenta que su hijo estudie, proyecta todos sus traumas en él e intenta a través de la vida de su hijo tomar revancha contra la vida, una especie de partido de vuelta después de haber perdido 3-0 en la ida… No caballero, ni hijo no empieza con un 3-0 en contra, ese es tú resultado no el de él. Pues sucede parecido con todos aquellos extranjeros que vienen del futuro a decirle a este niño adolescente que lo que viene es terrible, que no cometa esos errores.

Porque según estos viajeros el primer mundo es un lugar inmoral vendido al capitalismo y con vida de felicidad inmaterial se vive mucho mejor. Eso sí, mensaje enviado desde mi IPhone. Porque te dan lecciones de moralidad, con su cuenta de Netflix, su seguro internacional, profilaxis contra la malaria y un kit médico que daría para montar un hospital de campaña.

Yo entiendo el atractivo de vivir una vida Zen, irte a un retiro de detox para hacerte una limpieza hepática, perder grasa y meditar mucho, hacerte pasar por monje asceta de viernes a domingo, salvar a 15 perros de la calle para caparlos e ir un día a limpiar una playa de plásticos y publicarlo en tu Instagram… Todo eso está muy bien, me parece una experiencia fabulosa… Hasta que te coge un ataque de apendicitis, se acaba la broma y ya no es tan gracioso vivir en la edad media o llega una pandemia y quieres información diaria de cómo están tus seres queridos, quieres datos, quieres investigación, quieres vacunas y que todas esas farmacéuticas a las que criticabas desde un bungalow en un árbol doblen turno para poderte seguir permitiendo tu vida de activista.

Por mí que cada cual haga lo que le plazca, pero seamos conscientes de que tu año sabático se terminará y tú y tus buenas intenciones os largaréis pero ellos se quedan.

En ese sentido, me alegra que China ya no forme parte de la ruta hippie asiática y que no salga a cuenta la experiencia del hutong porque se ha vuelto todo muy comercial, han vendido su alma y ahora todo es dinero, dinero y dinero y no encuentras experiencias de verdad espirituales.

“Todo es tan fake tío”.

Os traduzco todo esto? Se han enriquecido. Han salido de la miseria y no lo hicieron gracias a ninguna ONG sino trabajando como nosotros no lo hemos hecho jamás. En todo caso, trabajando como lo hicieron nuestros abuelos. Por suerte para quien todavía quiere tener experiencias medievales, aún quedan lugares puros, con niños en taparrabos, calles embarradas, pueblos inaccesibles tras una tormenta, animales de carga, pobreza absoluta y todas esas otras cosas que nos aportan tanta paz espiritual. Mi deseo, que ojalá pronto sólo podamos llegar a ello a través de documentales históricos.

Os dejo con un proverbio Khmer: «Si sabes mucho, que sea lo suficiente para que te respeten y si eres estúpido, sé lo suficientemente estúpido para que puedan tenerle lástima”.