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Boicots, aranceles y otras formas de autolesionarnos

Este episodio viene por una noticia desde India donde se llamaba al boicot de productos chinos,  que se ha reproducido en un odio 2.0 a las apps chinas; ya os avancé hace meses que pese a la guerra tarifaria, Trump y todas esas cosas, las relaciones con India y Australia eran las que más me preocupaban.

Y aún cuando parecía que los americanos ya preparaban un “accidente” en el pacífico para iniciar un conflicto militar… El típico «casus belli” que les obligó a entrar en la guerra de Cuba, la primera guerra mundial, la segunda, Afganistan… Bueno, ya sabéis como funciona EEUU. Incluso en ese momento de tensión, de calma tensa, recomendaba a inversores chinos irse a EEUU antes que a Australia y, peor me lo pones, India.

Bien, pasan los días y mientras Australia sufre e intenta pegar los trocitos del jarrón, India hace lo que hacen los países que no tienen nada que perder que es redoblar la apuesta.

Ya decía Séneca “La persona que desprecia su vida, es amo de la tuya” hablando de esclavos o pobres que pudieran envidiar la riqueza del poderoso. Ni mucho menos digo que India desprecie su vida, si entendemos la enseñanza de Séneca, la idea es que el que tiene menos que perder suele estar más dispuesto a apostarlo todo; su todo contra tu todo, claro. China ha estado ahí, no hace tanto, cambió de barrio ayer por la tarde, debería entender muy bien el peligro.

Pero voy a intentar apoyarme en este conflicto para explicar el tema de los boicots.

Boicots, daño para todos

Primero, todos los boicots me parecen un error porque se basan en dañarte a ti mismo “intentando» dañar al otro. Es decir, los que dejan de comprar productos israelíes o chinos por su odio, no es que antes los compraran por su amor a estos lugares, es porque les convenía por calidad/precio. Es decir, boicotear es renunciar a tu mejor opción, auto-infringirte un daño, para comprar un producto de peor calidad o peor precio pensando que así fastidias mucho al otro.

Entiendo que son temas emocionales, pero si lo llevamos a un cálculo racional, fijaos en la lógica: en un boicot, el daño propio es seguro y el beneficio incierto. Con una matriz de cálculo delante, nadie haría ningún tipo de boicot.

Pero ¿Qué aburrido sería el mundo si todos usáramos la lógica, ¿verdad? Siempre ganarían blancas por el hecho de mover primero. No, como no somos seres lógicos sino psicológicos en ocasiones optamos por la solución más nociva para nosotros porque dentro de nuestra lógica pensamos que pierde más Federer sin su brazo derecho que nosotros sin los dos. Y escogemos la guadaña más afilada.

En realidad un país tan pobre como India, sin productos chinos se empobrece todavía más. Hay personas que siguen viendo los intercambios voluntarios como una suerte de imperialismo o de dominación del rico sobre el pobre, pero en realidad tú llevas una computadora concreta o vistes tal marca de ropa no porque hayas sido dominado por nadie, no porque quieras beneficiar a esa gran multinacional, sino porque en una elección en algún momento hiciste un cálculo y le dabas más valor a ese producto que a la cantidad de moneda por la que el vendedor la intercambiaba.

No saliste de la tienda pensando, «me han estafado». Saliste feliz con el intercambio. De la misma manera que los indios eran felices con Tiktok, los americanos con comprando coches fabricados en México o judíos llenando su depósito con petróleo de dudoso pasaporte o musulmanes pasando la tarde en creadas por el enemigo.

No, los productos no tienen nacionalidad; satisfacen en mayor o menor medida nuestras necesidades. ¿Esto vale siempre, eh? No sólo cuando nos conviene. Veo en redes a grupos anti-chinos que entendían perfectamente este concepto, que no son capaces de dejar de consumirlos y ahora promueven boicots contra China; o del otro lado, pro-chinos que se ríen viendo a Australia sufrir porque eso no perjudica a los chinos. ¡Por supuesto que perjudica a los chinos! Todos los boicots perjudican. Lo pueden hacer en mayor o menor medida, pueden perjudicar infinitamente más al otro que a ti, pero que te perjudican a ti, ésa es la única certeza lo demás, todo, es discutible.

La dependencia australiana

En el caso de Australia, lo que sucede quizá es que lleva un par de décadas viviendo del crecimiento chino, exportando a China todo lo exportable, nutriendo sus universidades de estudiantes chinos que pagan y pagan muy bien, muchos sectores han visto llegar la inversión china a modo de lotería, en algunos de ellos, llevan años sufriendo las consecuencias, en otros ha roto una norma básica del mercado.

En cualquier pequeña empresa si alguno de tus clientes supera un 20% o un 30% de tu facturación, cuidado porque te vuelves muy dependiente de él. Esto lo sabe el del estanco, en tipo de la verdulería, el mecánico… Y ninguno tiene dos masters en Harvard.

En grandes empresas, el número se reduce. Un cliente que te supone quizá el 10% de tu facturación es peligroso. No es que vayamos a rechazarlo, es que debemos invertir en otras divisiones para, aprovechando la rentabilidad de ese cliente crecer por con los demás. La tentación de muchos empresarios es re-invertir todo lo que consiguen con ese cliente en ese cliente, ayudándole a crecer para que así demande más servicios y ganemos todavía más con él.

Bueno, pues eso que lo ve como digo el tipo que hace trajes a medida con estudios primarios, algunos presidentes, ministros y compañía no lo ven. Y cuando China llega con la chequera aquí con palillos hasta el gato. Todo empresario sabe que cuando sólo tiene un cliente, no tiene un cliente, tiene un jefe y Australia que siempre se sintió empresario autónomo, de alguna manera, después de una década trabajando en negro, tiene que ir a negociar el contrato con su jefe después de haberse acostado con su mujer. ¡Suerte ahí!

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Traigo otro tema relacionado con los boicots, aunque muy poca gente entiende el vínculo: los aranceles.

Si ya hemos entendido que los boicots nos perjudican siempre, independientemente de que se hagan por un objetivo superior, un arancel no deja de ser un boicot top-down creado por un burócrata en una oficina que cree poder entender las repercusiones que tiene su decreto en millones y millones de intercambios voluntarios.

La trampa de los aranceles

De hecho, un arancel no deja de ser un boicot obligado desde arriba. Es decir, como sigues escogiendo los tomates marroquíes y eso perjudica a los agricultores locales, como te niegas a boicotear tu primera opción y auto-perjudicarte para ayudar a tu vecino, te impongo ese arancel; es decir, si no eres capaz de boicotear tú libremente, coarto tu libertad para que el resultado sea el que yo quería.

Y es que hay quien todavía en el siglo XXI cree que un arancel sirve para proteger la industria local. Volviéndonos a todos más pobres y por tanto con menos recursos para comprar otros productos de esa industria local que se pretende proteger.

Un análisis miope de la economía que fracasó ya en el siglo XX pero que toma de nuevo fuerza en el XXI. Cuando no se tienen suficientes argumentos, se suele tirar de un keyword genial que es el «sector estratégico». Cada vez que oigáis esas palabras sujetaos la billetera y corred porque vais a «palmar» pasta.

La definición de sector estratégico es todo aquel en el que si siguiéramos criterios empresariales, criterios de eficiencia, perderíamos dinero, nos saldríamos inmediatamente, pero siguiendo criterios políticos vamos a seguir suministrando recursos de todos a un pozo sin fondo porque el lobby en cuestión es capaz de presionar suficientemente bien al político de turno.

Si un empresario intentara que financiáramos sus operaciones y pasara a recaudar una donación a punta de pistola como hacía ETA en su día, nos rebelaríamos; sería un mafioso. Pero si se nos coloca en el BOE a modo de subvención o arancel al producto extranjero, ese lubricante llamado decreto ley nos hace sentir mucho más cómodos en esa experiencia de usuario.

Los empresarios han evolucionado, en los palcos presidenciales de los equipos de fútbol ya no se decide dónde mandamos a los matones a recaudar como a principios del S.XX, ahora se deciden los sectores estratégicos a subvencionar.

El arancel no es sino otra de esas medidas en las que izquierda y derecha colaboran. Proteger a la oligarquía de empresarios locales para que no compitan con la excusa de proteger los puestos de trabajo locales siempre fue algo que aunaba políticos de uno y otro color.

Un castigo autoinfligido

Por acabar de cerrar la idea, fijaos que los aranceles no son sino algún tipo de boicot prohibiendo a tus ciudadanos comprar el mejor producto posible y obligarle a trabajar con subóptimos, algo que afecta, empobrece tanto si hablamos de consumo como de inversión. Cuando Trump decía, «vamos a hacer que los chinos paguen un arancel por vender sus productos aquí», en el fondo lo que de verdad le decía a sus contribuyentes era: «os voy a poner un impuesto más (a vosotros) que vais a pagar felices porque os voy a contar que en realidad lo pagan los chinos a ver si así por fin boicoteáis sus productos porque en libertad, incomprensiblemente, preferís productos chinos».

En este sentido podemos hablar de aranceles o boicots indistintamente. Comprar un producto más caro por odio, política o lo que sea, Champagne en lugar de cava, (imaginando que el cava fuera más económico), nos sustrae más recursos de los que íbamos a invertir en ese producto y por tanto nos quedan menos artículos para el resto de nuestra cesta de la compra. Si lo que hacemos es colocar un arancel a los tornillos que vienen de China para que la industria del tornillo local prospere, estamos provocando que la industria de automóvil local que se fabrican con ese tornillo sea menos competitiva, que eventualmente quiebre y generen desempleo, pobreza, etc.

Alguien podría decir es que estoy suponiendo que los tornillos chinos son más económicos o que del cava sólo me interesa el precio pero no tiene por qué ser así, quizá prefiero comprar Champagne por calidad o por alguna otra razón.

Perfecto, ¿Entonces que sentido tiene el boicot? Los boicots se hacen para cambiar patrones, preferencias de consumo. Si tu primera opción no era ese producto no tienes de qué preocuparte. Yo soy (en este momento) usuario de Apple, qué sentido tiene decir que voy a boicotear a Samsung cuando jamás he comprado Samsung.

Ahora bien, si quisiera boicotear a Apple, compraría un Samsung (bueno, posiblemente compraría Xiaomi), y estaría trabajando con dispositivos subóptimos bajo mi criterio, y para castigar al dueño de Apple que, yo que sé, me lo invento, ha tenido un escándalo sexual, yo me autocastigaría comprando un artículo que me satisface menos. ¡Pero si al final es un móvil hace casi lo mismo! Bueno, quizá hace casi lo mismo pero en libertad, sin presiones ni consideraciones más allá de calidad, precio, estaba eligiendo Apple, con lo que, equivocado o no, esa era la decisión que me provocaba mayor satisfacción, sino, hubiera elegido otra cosa ya antes del boicot.

Los productos serán casi iguales pero nuestra preferencia revelada, iba en una dirección cuando comprábamos en libertad.

Boicot imposible

Al final también, vamos a ver cuánta consistencia temporal tienen nuestros principios. No sé si conocéis el concepto “too big to fail” que se asocia a empresas que el estado dice no poderse permitir que caigan, por ejemplo los bancos.

Claro, ahí tenemos el incentivo perverso que estamos generando. Si a partir de cierto tamaño ya no me vas a dejar caer, me vas a rescatar. Si gano, gano yo, y si pierdo vas a socializar mis pérdidas… Mis incentivos son, si soy ya «too big to fail” a acometer inversiones arriesgadas… Total, no pueden dejar que quiebre y si aún no soy “too big to fail” a volverme lo suficientemente grande. Por eso (entre otras cosas) vemos a los bancos fusionándose como locos. Hay que llegar a esa masa crítica en la que ya no nos dejarán caer. ¡Qué desastre!

Bien, pues entre todos de alguna manera hemos cambiado el «too big to fail» por «too big to boycott». Por eso os decía, vamos a ver cuánta consistencia temporal tienen nuestros principios. Todos los que odian tanto a Amazon, a ver si son capaces de mantener su moralidad intacta y en lugar de empujar a los demás al boicot en redes se autocensuran comprando en las tiendas del barrio sin excepciones. Amazon parece “too big to boycott, como China.

Nos podíamos permitir boicotear el cava catalán o las empresas de origen judío pero no podemos boicotear lo chino porque es demasiado costoso no sólo en términos económicos sino por la incidencia demoledora que tendría en nuestra vida.

Así que otra razón más para no boicotear es que no somos capaces de ser consistentes en nuestros argumentos cuando el supuesto enemigo es “too big to boycott»

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El boicot en niveles personales

Traigo un último tema. Siempre estoy dispuesto a cambiar de opinión, a que me convenzan con argumentos, a aprender en una discusión. Si os fijáis, discutir viene de discutere, que a su vez deriva de quatere que significa sacudir. Y se usaba cuando se arrancaban las plantas y se separaban, se sacudían para llegar a la raíz. Sería muy interesante que alguna vez discutiéramos para llegar a la raíz, y no tanto para para convencer al otro de lo admirable que resultan nuestro tallo y hojas.

Pues bien, durante un tiempo me propuse discutir sólo con personas que de la misma manera, estuvieran dispuestas a cambiar de opinión, que las otras no valían la pena. Personas que entren en las discusiones sin saber lo que van a opinar al terminar estas. Pero me di cuenta que, que me estaba perdiendo muchísimo talento. Que ser intransigente, no saber escuchar, ser impositivo, carecer de autocrítica, incluso ser mala persona es perfectamente compatible con ser un genio en una materia.

Y esto que parece algo muy simple, algo de lo que a priori somos muy conscientes, eventualmente nos cuesta mucho aceptarlo. Es decir, ¿podemos destacar algo de la estrella del equipo rival? ¿Somos capaces de atribuirle algún adjetivo positivo al líder del partido político que más odio? ¿Tenía sentido censurar a Maradona por su estilo de vida?

De alguna manera, descubrí que me estaba autoimponiendo algún tipo de boicot a personas juzgando una parcela de su vida; a racistas por ejemplo, cuando a mí lo que me interesaba de ellos era su conocimiento matemático, su poesía o su habilidad musical.

Quizá hay personas que no son capaces de cambiar de opinión, pero yo es justamente lo que hice, variar mi criterio y dejar de boicotearlas por interés propio, porque descubrí, como os llevo explicando en este episodio que el boicot parte de un daño propio seguro y un beneficio incierto.

He preferido plantearme de forma diferente la discusión, aunque sepa que el tipo es impositivo o intransigente, es una persona de la que puedo aprender, alguien tan brillante como para hacerme cambiar de opinión.

Bueno, y no quería acabar este alegato contra los boicots sin considerar estrategias más elaboradas. Quizá el boicot no es el fin. Muchas veces un boicot, un arancel, es una manera de forzar una negociación. Estar dispuesto a auto-dañarse para causar algún tipo de perjuicio al otro es una señal, puede ser un farol y en ocasiones funciona; si es así puedo entenderlo como estrategia, como fin desde luego es algo nefasto.

Habría muchas más variables a considerar, por ejemplo en el tema Indio no entro en todas las derivadas que aparecen como Apps indias participadas con capital chino, que están llamando a ser boicoteadas también. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Pasan el corte de nuestro nacionalismo intransigente o no? Empresas chinas con instalaciones en India que están también en el punto de mira y de irse o, en cualquier caso, empeorar su situación repercutirá negativamente en India… Empresas indias en China que podrían recibir daños colaterales, personas de alguno de los dos lugares que viven en el territorio del otro y pueden sufrir algún tipo de represalia.

Incitar al odio, poner la diana en un enemigo reconocible es algo muy goloso por populismos, de derechas y de izquierdas… Quien crea que se puede ganar en pasillos ministeriales alguna batalla comercial que no han podido o no han sabido ganar en el mercado se equivoca, pero los países (mejor dicho, los gobiernos) no dejan de señalar con el dedo a los culpables de todos nuestros males, al final ellos buscan el voto y acabamos pagando más por productos peores.

Os dejo con una frase, ese pragmatismo chino del que siempre aprendo tanto, donde uno de mis socios me marcó el camino en una negociación donde yo me sentía completamente ofendido:

“Podemos odiarlos, podemos detestarlos, pero levantémonos de la mesa después de escuchar su oferta”